Las cifras de personas muertas por malnutrición no dejan de alarmarnos y las promesas de los gobiernos para acabar con esta epidemia se repiten cada año como un ritual. Los objetivos del milenio fijados por los países miembros de la ONU en el año 2000 para el 2015, van camino de convertirse en otra falsa y eterna promesa electoral.
La crisis económica ha contribuido al empeoramiento de la situación. Los países en vías de desarrollo sufren precios altos que empobrecen todavía más a la población. Las propuestas que hace el FMI y otros organismos internacionales, como el Banco Mundial, están contaminadas de intereses económicos y están demostrando ir justo en la dirección opuesta a la consecución de los objetivos que pretenden.
Estos objetivos no son tan ambiciosos como nos quieren hacer creer, pues actualmente contamos con la tecnología y los recursos suficientes para alimentar a todos los habitantes del planeta. Esto es lo que ha demostrado el gobierno de Malawi. Como cuenta este articulo de El País, el gobierno ha hecho caso omiso a las recomendaciones internacionales, ha optado por seguir su propio plan para acabar con la hambruna y ha logrado reducir sus índices de desnutrición. A través de una serie de proyectos de formación e información y restableciendo un programa de subsidios para los pequeños agricultores, -suspendido en el pasado por presiones del Banco Mundial y de los donantes internacionales- ha reducido del 20% al 2% las muertes de niños por malnutrición. Los expertos coinciden que para ganarle la batalla a la malnutrición hay que mejorar no solo la cantidad sino la calidad de los alimentos. El trabajo de los agricultores locales contribuye a la mejora de la dieta y de la economía de las familias.
La lucha contra el hambre es fundamental para el logro de los restantes objetivos del milenio y es necesario que los políticos, como en el caso de Malawi, lo sitúen como punto central en sus agendas políticas.
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