Cada vez que un responsable público (con perdón) dice tres veces la palabra austeridad, un instituto se queda sin calefacción. O un jubilado es obligado a pagar por un medicamento. O miles de profesores interinos van a la calle. O un ayuntamiento no puede hacer frente a las nóminas de sus empleados. O se produce una amnistía fiscal.
Impresionante lo poliédrica que es la austeridad en el lenguaje político. O quizá no tanto, ya que en el fondo, siempre se trata de lo mismo. La austeridad suele significar, en boca de estos responsables públicos (mis disculpas), que no hay dinero para cosas tan poco importantes como la sanidad o educación. Los servicios públicos no son eficientes económicamente, añaden; razonamiento del que se deduce que en época de crisis, hay que sacrificar la solidaridad en beneficio de la eficiencia económica. En cambio, siempre habrá dinero para pagar nuestras deudas a esos eficientes bancos que tan eficientemente contribuyen a crear burbujas financieras e inmobiliarias que explotan de la manera más eficiente posible.
Estos son los valores (no bursátiles, o tal vez sí) que transmiten los discursos y decisiones de nuestros gobernantes. Recientemente, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, anunciaba que el número de alumnos por aula iba a aumentar en un 20 por cierto. Todo por el bien de la eficiencia, por supuesto. Wert también defendía la medida porque aseguraba que, al haber más niños y niñas por clase, sería más fácil que se relacionaran y socializaran.
Se supone que la socialización es el proceso por el cual una persona hace suyos lo elementos socioculturales de su ambiente. De esta manera asimila los valores de la sociedad en la que vive. Por tanto, según el ministro, los niños y niñas deben asimilar que vivimos en un mundo donde lo importante no es lo bien que ellos aprendan, sino que su proceso de aprendizaje sea lo menos costoso posible para las arcas públicas, ya que éstas no están para pagar su educación, sino para "cumplir nuestros compromisos" con los eficientes acreedores.
Si todo lo medimos según esa vara de medir de la eficiencia, resulta totalmente lógico que las personas que han sido preparadas para formar a las generaciones del futuro, o para salvar las vidas de los enfermos, estén en paro o trabajando en precario en otros ámbitos que pueden ser muy respetables, pero que no son los suyo. Eso es lo más eficiente, por lo visto. En cambio, las personas cuya única función es especular y acumular dinero a través de ese Matrix demasiado real que llaman "los mercados", son las que verdaderamente marcan y dirigen las prioridades de la sociedad, mucho más que nuestros "responsables públicos" (que no tienen perdón aunque no sean verdaderamente los responsables).
Parafraseando a Goya, se podría decir que el sueño de la eficiencia económica ha producido estos monstruosos. Ya va siendo hora de que despertemos, ¿no? O mejor aún, de que reivindiquemos nuestro derecho a soñar eficientemente.
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