El pasado martes 16 de noviembre, Rosa Montero dedicaba su columna de contraportada en el diario El País a los sabores y sinsabores de la energía eólica (puedes leer el artículo de opinión completo aquí). A partir de un caso concreto ocurrido en Tarragona, ponía el acento en los inconvenientes que esta energía renovable está causando o podría causar en nuestro país. En ningún momento se manifiesta en contra –"El caso es que somos el segundo productor mundial de energía eólica, después de Alemania; en 2009, casi un 14% de nuestra energía eléctrica vino de ahí. Esto es bueno, desde luego. Pero no del todo"–, pero sí que da pie a una cavilación que me parece de lo más interesante y oportuna.
La implantación de energía eólica en nuestro país crece a un ritmo vertiginoso: estamos entre los cinco primeros países del mundo en términos de instalación. Es un dato que nos alegra. El problema es que muchas veces se implanta indiscriminadamente, como denuncia Rosa en su escrito, en detrimento de viviendas, cultivos o parajes naturales. Con lo cual, un hecho positivo se convierte en relativamente positivo. En un arma de doble filo. En una agresión ambiental. La energía eólica, como cualquier industria, no deja de ser un negocio... y por desgracia sabemos de sobra que el mundo de los negocios puede ser muy poco escrupuloso. De hecho, hay hasta parques eólicos construidos sobre ZEPAs (Zona de Especial Protección de Aves) o LICs (Lugar de Importancia Comunitaria), algo inadmisible. Y el creciente avance de la energía eólica marina deja entrever también algunos datos poco alentadores, como que influirán en la capacidad de orientación de las especies o en la sedimentación de los fondos marinos.
Así es que una energía renovable, limpia, alternativa o inagotable como la eólica puede convertirse en algo destructivo, más allá incluso de las desventajas que ya conocemos. Al hecho de que su implantación conforme un paisaje artificial –o que haya incluso que realizar desmontes o pistas destruyendo el paisaje natural–, a la contaminación acústica que genera o al grave peligro que supone para determinadas aves, se unen ahora el tema especulativo-económico y casos como el del artículo.
Mi intención no es sonar deprimente y catastrófica. En la otra cara de la moneda, es obvio que la energía eólica es bastante menos agresiva que la combustible o la nuclear y nadie pone en duda su eficacia y beneficios. Sólo digo que las cosas buenas hay que hacerlas también bien. Lo mejor posible. Queda claro que aún tenemos que recorrer un largo camino para conseguir el mínimo impacto ambiental y el tan ansiado y necesario desarrollo sostenible. ¡A por ello!
Carolina Silva es una de las Reporteras Universales de Universo Vivo. Actualmente es periodista de viajes, aunque comenzó su carrera especializándose en medio ambiente. Cree que un mundo mejor es posible. Intenta conseguirlo a través de pequeñas acciones cotidianas, haciendo lo que puede con ilusión y con la esperanza de que “el simple aleteo de una mariposa"...
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Totalmente de acuerdo, hay que apostar por energías alternativas y renovables pero sin provocar otros impactos ambientales bajo el paraguas de la "energía renovable".
ResponderEliminarRenovable SI, pero con cabeza.
En cuanto al concepto de "sostenibilidad" no se hasta qué punto es viable en un mundo con tantas desigualdades. Es ético seguir creciendo a costa de otros que sencillamente no pueden crecer??
Amigo Cousteau:
ResponderEliminarEn un sistema capitalista la ética no es importante, ya que por razones de su propio funcionamiento, crecer a costa de los demás, de los recursos, o del medio ambiente es "legal".
Cuando inviertes en algo, por desgracia, no te le das importancia a la ética, sino al beneficio. No son más que números en un ordenador.
Hay que cambiar la idea de seguir creciendo a toda costa porque es lo que nos está llevando a destruir el planeta. Consumir responsable y sostenible.
ResponderEliminarPor suerte cada somos más los que sí creemos que la ética sí es importante.